EL SÍNDROME DE PETER PAN. EPISODIO 2. SWISSMAN 2018 “A kamikaze moth flying around the flames”

29.12.2018 17:55

Episodio 2.

Swissman 2018

“A kamikaze moth flying around the flames”

“Carlitos, no juegues con fuego que te puedes quemar”. Más que una vana advertencia de mi madre, suponía una invitación explícita a saborear aquel irresistible néctar de lo prohibido. Desde niño, poco después de aprender a caminar, pruebas cómo deslizarte por el filo de la navaja, lo intentas descalzo y, por qué no, con los pies mojados, normalizando la temeridad en una suerte de desafío continuo. Del mismo modo, que las polillas despliegan su obsesivo vuelo de circunvolución en torno a una vela candente, demarcando una delicada circunferencia imaginaria que separa la vida de la incineración instantánea. Algunas de ellas, sin embargo, abducidas por la enigmática danza del fuego (o por pura curiosidad)  se precipitan en vuelo Kamikaze hacia lo desconocido.

Poco después de cruzar la meta del CELTMAN, y tras una más que merecida inmersión de piernas en agua fría (con una triste birra 0,0%), inicio el conjuro de recuperación exprés preparado por Sandra para mi: carga de carbohidratos, rehidratación a tope, batidos proteicos, mega dosis de vitaminas, cúrcuma, pro-bióticos, y sobre todo dormir más que un koala en paro. La receta de Edu para los 6 días que separaban las dos carreras fue algo más frugal: natación de mar muy suave y sin manguitos, bici a ritmo “verano azul” (zona 0,5) y run en “plan Mary Poppins”. Este tratamiento regenerativo de choque motivó la reactivación, con su mayor virulencia, del virus Peter Pan en mi interior. Sin embargo, a pesar de mi recuperación en tiempo record, tenia una astilla clavada en el pecho que desgarraba mi incipiente euforia . La ruleta maligna de la vida se había encargado de disparar, casi simultáneamente, sendos oncogenes en dos grandes amigos, Jan y Xavi. Durante meses habíamos planificado que Jan y Albert serian el “sopport team” en nuestra aventura en los Alpes suizos, pero el arbitrario índice de la enfermedad señalaba insidiosamente la mandíbula de Jan y lo amenazaba con ensombrecer su alegría vital. Jan se enfrentaría a su particular ironman (13 horas de operación, más toda la recuperación), sin gafas, ni bici, ni zapatillas, pero con una tonelada de optimismo y un par de cojones. Xavi le plantaría cara con sus mejores armas: entusiasmo, alegría y una demoledora sonrisa. Estaba claro que comparado con la enfermedad, este Swissman parecía un paseo por el parque. Su fuerza y espíritu nos acompañarían en cada momento de nuestra travesía.

En un alarde de orden y previsión sin precedentes Albert y yo aterrizamos en Milan el día antes de la carrera y tan solo una hora antes del inicio del race breafing en Ascona (a 160 km). En el aeropuerto de Milán no alquilaban Ferraris por lo que nos conformamos con un Golf. Tras dibujar a ritmo de rally la serpiginosa rivera Este del Lago di Como, cruzamos la frontera suiza (Mierda!! ..no hay rooming!) y topamos con Ascona.  Pequeño enclave suizo que rezumaba Il Sapore d´Italia  por los cuatro costados. El trajinar de los turistas, el sofocante calor y el hedor a crema solar realzaban aun más una decadente fragancia a película de Bertolucci de los años 60. El briefing, con precisión suiza, hacia una hora que había acabado y nos registramos literalmente por los pelos. A pesar de la calma que me trasmite Albert, una creciente sensación de descontrol se iba apoderando de mi y hacia tambalear mi frágil tranquilidad. Montamos a Sam como quien mete los platos en el lavavajillas después de una fiesta, y tras dejar la habitación como una leonera quedamos con Edu (mi entrenador que también correría al día siguiente) que me reconforta con sus palabras: “..solo 6 días del CELTMAN…estas por debajo del límite de la recuperación.. lo pagarás en la maratón”. No le faltaba razón, estaba a punto de cometer una imprudencia muy gorda encorsetada por la faja del “a que no hay cojones”, que todo lo puede. Sin duda todo un ejercicio de temeridad disfrazado de reto mayúsculo. Aquella tarde, el reloj corría más rápido que mis pensamientos. Eran las 21:30, el calor no aflojaba y aun ni anochecía ni habíamos cenado. Así que nos zampamos un par de pizzas en el hotel a ritmo de remontada del partido Suiza-Serbia del mundial, entre la algarabía de la fauna local y los subliminales mensajes de tranquilidad de Albert. Repaso relámpago de material, estrategia de avituallamientos, mochilas de run, etc y nos tumbamos en la cama reventados. Intento cerrar los ojos zarandeado, una y otra vez, por los gritos y bocinas de los tifosi suizos. Es media noche y no dejo de fingir que duermo en esta eterna noche tropical helvética.

Abro por quincuagésima vez los ojos, son las 02:30 del 23 de junio, toca levantarse en el que sin duda sería el día más largo del año. Cojo a mi infatigable Sam que hoy combatiría en un terreno inhóspito para ella. Albert sobadísimo (tampoco había dormido buscando gasolinera a media noche para repostar) me ayuda con las bolsas y seguimos a la procesión de walking deads en dirección a la T1. Todo a punto, nos despedimos de Sam y hacia el embarcadero. Casi sin darnos cuenta, nos sumimos en un enjambre de neoprenos que revoloteaba delante de la rampa de embarque, como únicos espectadores de una puesta en escena tan austera como eficiente y sin una pizca de glamour. Me doy un fuerte abrazo con Albert: “t´espero a la T1”. Subo al barco tipo “Golondrina de la tercera edad”, donde te reciben con un serio y gélido “Hallo” que al menos sirve para apaciguar los sofocos por el neopreno.

Tras 30 minutos de “ferry” contándonos batallitas con Edu y dos españoles, llegamos al pequeño islote Brissago. Me adelanto para probar el agua y joder!.. esta caliente! (y pensar que tan solo hace una semana me congelaba en Loch Shieldaig). Nado hacia la línea de salida, el sol aun se ocultaba en el horizonte que se perfilaba tras la lejana Ascona. La organización había dispuesto una gran luz amarilla erguida en la T1 como referencia, así como de una lancha a motor que iría por delante de los nadadores impregnando con su rastro de gasolina nuestras fosas nasales. Casi a traición…BUUUhh!!... sirena de salida!! Nado a mi ritmo, con las gafas empañadas intento seguir los pies de delante y el hedor a gasolina. A medida que va saliendo el sol, el grupo que nada conmigo se dispersa a ambos lados y se disipa el olor a combustible. Levanto la cabeza e intento adivinar la luz de la T1 que se esconde detrás de la telaraña de rayos solares,. Daba igual, como siempre ya encontraría el camino. Nado en modo “ahorro de energía”, pero llevo un buen rato sin ver ni la luz de la T1, ni la lancha, ni a nadadores a mi alrededor…Me descojono pensando: “como acabe en Italia… estoy yo como para coger un taxi”. Estaba perdido como una polilla invidente que revoloteaba en torno a la gran bombilla solar. Me la juego y giro a babor en mi desesperada búsqueda de gorros amarillos, y allí estaban!.. y detrás de ellos la puta luz de la T1!!. Aprieto para darles cacería como un tiburón después del ramadán, y los cojo poco antes de llegar a la T1. Una playa de arena blanca (más artificial que un jardín de rosas en Marte) nos esperaba poblada de supporters. Salgo de aquel laberinto acuático en 1h09 min (4,150m). Albert me coge del brazo: “Molt bé Tiu!.. pero venies de l´altre costat!!”. Albert multiplicándose como Mr. Smith en Matrix, me quita el neopreno, me desviste y viste, y coloca casco a velocidad de rebobinado de película de Netflix. Cabalgo a Sam ilusionado como un niño pequeño a punto de subir, en primera fila, al gran “Shambala” de Port Aventura.

Estaba ya metido de lleno en este gran Roller Coaster suizo de 184 km, que saliendo de la italiana Ascona viaja desbocado por los Alpes a través de tres gigantescos tirabuzones (Gottarpass, Furkapass y Grimselpass) donde se intercambian idioma y desnivel hasta llegar casi descarrilando a la teutona Brienz. Los primeros 40km son un soporífero recital de teloneros: el trio Locardo, Magadino y Bodio intentan calentar el ambiente (y las piernas) para que el barítono, un tal Fadio (km 70), eleve acordes y desnivel como antesala al tenor que hará vibrar cada fibra de tu cuerpo, el gran Tremola (km 78). Más que merecidísimo nombre para un espiral adoquinado de 8 km al 13%. Todo un espectáculo sensorial; la incesante vibración del manillar de Sam se transmitía por todo mi cuerpo sin apenas perturbar mi hipnosis ante el desfile de las imágenes de cumbres nevadas y valles profundos. El sol alpino y el viento frio secaban aleatoriamente el sudor de mis mejillas con cada revuelo. A medida que voy ascendiendo (tarareando la banda sonora de mi vida), un sutil olor a tierra húmeda se va intensificando para transformarse en peste a mierda de vaca, acompasado por mugidos y ding-dongs de cencerros. El rebaño de vacas bloquea literalmente toda la calzada, y los ciclistas entre risas y selfies compiten por colarse entre las grietas que deja la gran masa vacuna (sin duda la imagen de esta carrera!). Sam, una “cabra” en territorio hostil, me guía entre las cornamentas de dos de aquellos bicharracos (joder..vaya momentazo!). Últimos revuelos de esta Opera Prima vertical, ya se ve a lo alto Il Ospizio di San Gottardo que corona el Gottarpass, la sonrisa de mi amigo Albert destacaba entre una multitud de gente que te animan como en la etapa reina del Giro. Yo sonreía sin saber que el Gottarpass sería tan solo el primer acto de un Turandot que ni el mismísimo Puccini podría componer.

Paro en lo alto de Gottarpass. Albert, me da un bidón de Maurten, mientras luchamos contra el viento para colocarme el paravientos. Empiezo el largo descenso hacia Realp. He dejado la Suiza italiana y me adentro en las entrañas de la gélida e implacable Suiza germánica. Tenia las manos, cara y pecho congelados, ahora entiendes porque antaño los ciclistas se metían en las bajadas papel de periódico dentro del mallot (yo me hubiese metido toda una enciclopedia!). Me adelanta Albert con el coche: “Apreta!..t´espero a Realp” .. Joder, estaba yo para apretar. Realp, un minúsculo poblado que en realidad esconde la cola de una gran anaconda de 12km de rugoso asfalto vertical  al 12%, que a medida que asciendes te estrangula, hasta dejarte como un churro, luego te moja en chocolate, te come a bocados y te vomita en la cima de imponente Furkapass. Casi de golpe me van llegando las primeras facturas del CELTMAN, que evidentemente no podía pagar. Mi insolvencia muscular se ve reflejada en mi potenciómetro que me esta pidiendo vacaciones a gritos y se niega a pasar de 210 watts. La anaconda Furka me estrangula cada vez con más fuerza y yo intento distraerme dibujando perros dálmatas en la nieve salpicada de rocas. Estaba claro que necesitaba desesperadamente un gel y Sam más piñones. Como un niño aburrido en el asiento del coche, se me ocurre preguntar a un fotógrafo “¿falta mucho para llegar?” , me contesta: “Just 100 meters till the top”. Le regalo la mejor de mis sonrisas (le hubiese regalado también mi bici), mientras visualizo una imagen de mi mismo bebiendo un bidón de Coca-Cola que ni en el mejor de los anuncios de la tele. Engullo como un naufrago todo lo que me da Albert. Solo quedaba el ultimo “puertecillo” de 3 km Grimselpass para lanzarme por un gran Slalom Gigante hasta Brienz. Desciendo el Furka embobado por su enorme glaciar cuyo gélido aliento me propulsa cuesta bajo sorteando camiones y autocaravanas. Mi potenciómetro acepta a regañadientes subir los 3 km a Grimselpass a 220 watts y con la fuerza que da el acariciar lo inalcanzable corono Grimselpass con un sonoro: “Siii!!” Desciendo los 35 km que me separan de la T2 en Brienz intentando engañar a mis piernas de que lo peor ya había pasado. Pero lo cierto es que iba al limite de mis fuerzas. Mi (im)potenciometro hace rato que hacia horas extras, mientras las facturas del CELTMAN ya saturaban la bandeja spam de mis lamentos.

Entro en la T2, me bajo de la bici con las piernas agarrotadas y el culo hundido (como un molde de tarta en forma de sillín). Albert me espera cabreadísimo, no lo dejan aparcar el coche, así que no podrá correr conmigo desde el principio de la maratón. Lucía un sol radiante y el calor apretaba más que en Huelva en pleno agosto. Me pongo mochila, zapatillas, gorra y gafas de sol ..y a correr bajo el veranillo helvético. Giro a la derecha y sorteo unos 2,5 km de toboganes de asfalto que te abocan a la cascada de Giessbach. La cascada me parecía mucho más pequeña que en los videos, como cuando te reencuentras con un lugar que no visitabas desde tu infancia. Mis piernas se habían tragado el anzuelo del “ todo va de coña” y tiraban como perros huskies a un viejo trineo. Así que decido mantener ritmo de 5 min/km concentrado en fagocitar el contenido de mi mochila, como cuando en la escuela te comes a escondidas el bocata antes de la hora del patio. Km 10, busco a Albert y nada, los únicos supporters habían llegado en bici. Era la hora del patio y ya casi me lo había zampado todo. Km 14 Böningen, la gran bombilla solar acechaba peligrosamente y sus rayos convergen en mi nuca. Sigo tirado por mis cada vez menos convencidos huskies con mi mirada escaneando el horizonte en busca de Albert. Km 17 Wilderswil, paro para mendigar agua a una señora y aparece Albert: “Quina calda tiu!, Vols aigua?” Lo abrazo como si no lo hubiera visto en 10 años. Mientras corremos, Albert con su voz calmada intenta animarme, pero a esta alturas incluso las palabras me pesaban. Km 25, como una polilla con un ala rota, flirteaba con las llamas dando tumbos entre correr en plano y caminar en las cuestas. En aquel momento, el agua de los bidones y la sangre de mi cerebro se encontraban en su punto justo de ebullición. Encontramos un abrevadero de vacas y sumerjo la cabeza como un oso en busca de salmones, todo un electroshock que restituye mis funciones. Faltaban 5 km para Gridenwald (check point km 31) previa a la ascensión a Klein Scheidegg. Tocaba mi bocata de jamón, pero pronto descubrimos que la mochila de Albert era un compacto agujero negro que trasportaba su contenido a una dimensión desconocida. Ni bocatas, ni barritas, ni agua…(solo ropa de abrigo). Yo me arrastraba con una pájara monumental y Albert desesperado allanando casas en busca de comida. Llegamos al cruce de Burglauenen donde asaltamos el surtido maletero de un suporter cubano super majo: “comel chico que tengo de tó” y.. joder si comimos. El druida cubano me resucitó, y por puro arte de santería caribeña empecé a correr a buen ritmo hasta el check point ante la algarabía de Albert. Km 31, checking de las mochilas y me enfundo el mallot del Celtman 2018 ante los aplausos del personal. Solo 10,5 km de una verticalidad obscena nos separaba de un sueño. “Aquí no corre ni Kilian Jornet” nos decimos, así que a caminamos a ritmo, aun bajo los efectos del embrujo caribeño. Faltan 5 km y para variar nos queda poca agua. Vemos una fuente a los lejos, Albert vacía los bidones y corre hacia ella, la corona un letrero: “No potable”, mierda!…no sabemos si reír o llorar, finalmente optamos por reír. A lo lejos se divisa un espejismo, la meta de Klein Scheidegg  que emerge entre la niebla. A nuestro paso las rampas parecen empinarse cada vez más como si fueran puentes levadizos. No puedo más, giro la mirada hacia la minúscula Grindelwald donde había abandonado el limite de mis fuerzas. Albert coloca su mano en mis lumbares y me empuja en las cuestas mientras me grita: “ som-hi!!..ostia!.. aixó va per Jan i Xavi” . Jan y Xavi también subían con nosotros. Ellos con su propio vía crucis, trajinaban por nuestros pensamientos, transfundiendo su chorro de optimismo que se condensaba en nuestros parpados y goteaba por nuestras mejillas. Sudor, lagrimas y sentimientos a flor de piel! Nos miramos, sonreímos y echamos a correr. El majestuoso nevado Jungfrau va emergiendo entre las nubes y nos abre camino hacia la meta. Un pasillo de banderas y el repicar de los cencerros te dan la bienvenida a la meta del Swissman. Cruzamos la meta y me desplomo. Albert, recoge lo que queda de mi y nos abrazamos en un instante que quedara sellado en nuestros corazones para siempre.

Si, había jugado con fuego y me había quemado…varias veces (y gracias a Albert no he muerto incinerado) pero sin duda lo volvería a hacer. Más allá de desbordar todos mis limites, este viaje ha escarbado en los recodos más ocultos de mi alma y puesto al descubierto las entrañas de mi fragilidad, los límites de mi temeridad, pero sobre todo el poder de la amistad.

 

 

 

 

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Beyond the limits. Carlos Molina cmolina@vhebron.net